jueves, 15 de noviembre de 2007

Oda a la estupidez (¿Viste güe?)





Para mis dos lectores del alma, este post que no resistí la tentación de poner. Me cae tanto no se le perdona que maneje peda, como su discurso foxiano ("¿Contra qué chocaste?" Pregunta la reportera. "Psss con un carrooooo", responde la niña más allá del mal y del bien). Chale, como verán a continuación, la lógica no es lo suyo...
(O sea ¿no? Entiéndeme güe!!!)

miércoles, 7 de noviembre de 2007

GIS (Y ensalada rusa como entrada)


Habrán de disculparme pero hoy francamente no ha sido mi día. Decidí de puro necia que soy, que tenía dos opciones, la primera, tomarme una buena dosis de Rivotril y tirarme en mi cama muy en calidad de ballena que espera la llegada de Green Peace, o bien, rememorar viejos tiempos y vamos, que eso fue lo que decidí hacer.

Así que hasta aquí, esta noche de frío marca ojete, que llegué relativamente temprano de la oficina, he llamado a uno que otro recuerdo para descubrir que después de todo, hay que sacar la colcha de retazos de la memoria y cobijarnos un poquito para estos tiempos en que el invierno amenaza pero con todo y uno debe guarecerse de la desolación.
Conocí a GIS a los dieciséis años. Vamos, que GIS no es su nombre pero sí sus iniciales, y no se trata de quemarlo entre el público inteligente y conocedor. Traía la Jornada bajo el brazo y una mirada más bien tirándole a lo perdida, como quien no sabe qué chingados hacía en una escuela de niñas. Lo miré y supe inmediatamente que ese hombre, de quedarse más de cinco minutos delante mío, cambiaría mi vida.
No me equivoqué.
Treinta minutos después, se presentó en la clase como el nuevo maestro de Lectura y Redacción. Él tenía treinta y cuatro años, dos hijos, diez años de casado y una esposa que para aumentar el dramatismo de mi adolescencia, era la hija de nuestra directora, mejor conocida en el bajo mundo del alumnado como la Pasita.
Cuando dijo su nombre completo nosotros pensamos que había estornudado. Pero no, resultó que su abuelo era de origen ruso. Ahí debí imaginarme que mi vida amorosa iba a estar compuesta por puro corazón internacional, porque ha habido de todo, como en botica: españoles, cubanos, libaneses y hasta un japonés noporausentemenospresenteenmisafanesporrecordar.
Lo primero que le llamó la atención de mí, según me dijo años después y ya harto de tanta insistencia, fue mi tendencia a dramatizar las cosas y ponerle el toque exacto de sarcasmo para que cualquier historia contada de mis labios o mi pluma tuviera una mezcla exótica entre Las Tragedias de Esquilo y una mala novela (¿pues cuál es buena?) de Corín Tellado. Así que a fin de cuentas el acuerdo fue tácito aunque no muy implícito: yo no jodería su vida pidiéndole cosas que él no pretendía arriesgar, y a cambio él me proporcionaría hojas y hojas para redactar las noches desoladas en las que yo, una puberta virginal y tirándole a la ñoñez, soñaría por el puro gusto de saber que ya no podía entender mi respiración si no era desde la tinta y el papel. Bueno, ahora es desde una computadora pero es porque ya me modernicé.
En la escuela yo tenía muchas amigas, a las que nombré como si de logia secreta se tratara, Chimoltrufias: Érika Susana, Érika a secas, Chester, Letty, Michelle, Mónica, Rosalinda, la Ozono (que le puse así porque cada vez tenía el hoyo más grande. Disculpen mi peladez pero la susodicha en cuestión tenía una moral... digamos... bastante negociable). Bueno, pues que mis niñas se divirtieron con mi historia de una manera casi conmovedora. Se sentían parte de la última novela de Televisa.
GIS y yo pasamos un año mirándonos, escribiéndonos notas en los trabajos escolares, saliendo a tomar un café en grupo, hasta que tocó el turno de que saliera de esa escuela infame, porque ya le iba a emigrar a la UNAM. Durante más de tres años las cosas no cambiaron demasiado. El romanticismo pendejo en su máximo esplendor y las ganas de nunca irme de ese shalalalalá que la vida me brindaba. No, no le hacía daño a nadie: entre nosotros no había nada que no fuera pura ilusión.
En mi época ceceachera le presenté a mis amigas, así que un buen día en que festejábamos mi cumpleaños número 20, tuvieron a bien hacerme un guateque sorpresa en casa de la Chispina. Y bien, pues GIS se dio tiempo para ir a felicitarme, para bailar conmigo una rola de Bronco (Dios, hasta dónde fui capaz...), y por si esto no me bastara, al acompañarlo a tomar su taxi, me dio un beso. El que había estado esperando más de tres años.
Por supuesto que aquí no pondré toda la historia. Para hacerlo, tendría que describir todo lo que el pobre hombre tuvo que pasar a mi lado. Con dieciséis años, mi vida se sincronizaba casi perfectamente en hacerle panchos, escribirle cartas, mandarlo al carajo, llorar por su amor y mentarle la madre. Lo normal en una niña de dieciséis, ¿no les parece?
Después entré a la Universidad, en Filosofía y Letras. Evidentemente, mi vida dio un giro bastante radicalón que ya se venía como gestando desde mi paso por el CCH Azcapotzalco. Lo mío lo mío, era aprender, saborear un libro como si estuviera hambrienta de la palabra, absorber cada gota que mis maestros me mostraron como manzana de la tentación, sucumbir ante la maravilla de la literatura y decidir con alevosía perderme en el manantial de los escritores hispánicos. Además de darme un tacote de ojo con los niños tan encabronadamente guapos que había en mi salón, todo hay que decirlo.
Entonces, como canción arjonera, se nos murió el amor, le faltó fiebre de frío, se nos cayó de la cama cuando lo empujó el hastío... Y bueno, pues al principio tuve que echarme por ejemplo, salir con él muy, pero muy, pero MUY de vez en cuando, ir a tomar un café sentados básicamente en la última mesa del último rincón de algún restaurante para que no nos cacharan, y si esto fuera poco, soportarle los celos otélicos y el hecho de que yo ya empezaba a fumar emulando una chimenea de fábrica y eso a él, mis dos lectores adorados, era algo que básicamente le cagaba.
Y nuestra seudo relación realmente no iba para ningún lado. Quiero decir, ¿con veinte años yo iba a pretender pasarme la vida esperando que el don de treinta y siete decidiera que lo suyo era vivir a mi lado? Eso por una parte, pero fundamentalmente creo que ninguno de los dos planeaba hacer algo más que estar juntos cuando se nos diera la gana. Apareció en mi vida el buen Dogie, nos enamoramos como jóvenes extasiados (bueno, éramos jóvenes extasiados) y hubo de cortar lo que teníamos.
Pero no se piense que las cosas quedaron ahí. No señor. Me llamó por teléfono cuando supo que tuve a mi hija, cuando sabía que yo era feliz y me asumía como una mujer realizada, cuando las cosas con mi mareado empezaron a fallar, cuando me enteré de su infidelidad y cuando decidimos separarnos. Y un día apareció.
Tomamos un café en casa. Recordamos aquellos días en los que nos queríamos harto y hablamos sobre su autor favorito, Óscar Wilde, sus regalos que me dio en toda la historia en común (que sólo fueron dos, un cassette de Sabina y una pluma), juramos que siempre nos uniría aquél fragmento de El principito donde la zorra (que no era la Ozono) le pidió que lo domesticara, y nos despedimos con un abrazo muy, muy fuerte y muy, muy largo. Porque sabíamos quizá, que realmente esta era la verdadera despedida.
O quizá no tanto. Después de todo, ahora está aquí, si no de forma corpórea definitivamente sí como una luz bien fuerte que toma mi mano, me dice suavecito y al oído que no debo preocuparme, porque esta sensación de tristeza será algo pasajero y ya vendrá el tiempo en su velo de olvido que amaina todos los dolores, como dice Fernando Delgadillo (al que por cierto se parece un chingo), me da un beso pequeñín y después me ha dejado escribir toooooooda esta historia con la única intención de que yo celebre un pedacito de vida con la palabra.
Y en su honor, esta canción que me hizo llorar durante muchísimo tiempo. Más o menos, de los dieciséis a los veinte, que a esa edad realmente representa toda una vida. Va por ti, GIS!