viernes, 26 de noviembre de 2010

De-svelos.


Son las 4:09 minutos del último día de mis 32 años. Estoy fumándome la última bachita que me queda y, hasta el momento, he subido 19 anuncios a la internet solicitando me hagan la caridad de obtener trabajo como correctora de estilo. O traductora. O transcriptora. O francamente y a estas alturas de la vida, puedo capturar alfanuméricamente lo que sea y ya me doy por bien servida. Mi perro reposa plácidamente junto a mí, en el sillón. De vez en cuando despierta y me mira con un destello de reproche por no estar en cama, junto a su papá. Qué le vamos a hacer, llevo dos días con un insomnio de mierda y la mente perdida entre el desempleo y la crisis que nos está invadiendo a todos. Será que extrañamos a Viridiana, mi gatita, que se marchó al cielo de los mininos hace más de tres semanas, que no deja de dolerme y que enmedio de la noche despierto aún jurando que me está ronroneando tras la puerta, sólo para saludarme y decirme que en realidad, ella tampoco me puede olvidar. No me malinterpreten, me gusta mi vida. Amo al hombre que me habita y aunque a veces lo siento tan distante como distinto, la verdad es que se ha convertido en mi mejor amigo, mi novio, mi marido y muchas veces también, en mi único confidente. Él no me lee, tal vez porque no habría razón para ello. Tal vez porque le gustan otras cosas, o porque francamente le da flojera. Sin reproches, que empachan. Ahora, yo quería comenzar este texto diciendo que no me gusta la poesía. Escribirla, quiero subrayar. Leerla es un acto de fe y me limpia de vez en cuando. Pero hacerla... No, no estoy capacitada. Hay muchas cosas que están fuera de mis posibilidades, como ser ordenada, o cocinar rico. En cambio, tengo buena memoria, bonita letra y a veces hasta tierna puedo resultar. Creo que es normal perderse alguna vez. Tener que alzar la voz para pedir ayuda, para solicitar que alguien, algo, nos indique y nos sonría para intuir que sí, que ahí estamos, que las pruebas son para salir avantes y que nos vamos haciendo camino al andar. ¿Entonces por qué son las 4:30 y yo sigo sin poder conciliar el sueño? Una lluvia de estrellas. Una noche con luciérnagas y dormir abrazadita. Es lo único que pido para hoy. Mañana... Vale, pues mañana será otro día. El primer día de mis 33 años.

martes, 23 de noviembre de 2010

Alargaba la mano y te tocaba...



Alargaba la mano y te tocaba.
Te tocaba: rozaba tu frontera,
el suave sitio donde tú terminas,
sólo míos el aire y mi ternura.
Tú moras en lugares indecibles,
indescifrable mar, lejana luz
que no puede apresarse.
Te me escapabas, de cristal y aroma,
por el aire, que entraba y que salía,
dueño de ti por dentro. Y yo quedaba fuera,
en el dintel de siempre, prisionero
de la celda exterior.

La libertad
hubiera sido herir tu pensamiento,
trasponer el umbral de tu mirada,
ser tú, ser tú de otra manera. Abrirte,
como una flor, la infancia , y aspirar
su esencia y devorarla. Hacer
comunes humo y piedra. Revocar
el mandato de ser. Entrar. Entrarnos
uno en el otro. Trasponer los últimos
límites. Reunirnos.....

Alargaba la mano y te tocaba.
Tú mirabas la luz y la gavilla.
Eras luz y gavilla, plenitud
en ti misma, rotunda como el mundo.
Caricias no valían, ni cuchillos,
ni cálidas mareas. Tú, allí, a solas,
sonriente, apartada, eterna tú.
Y yo, eterno, apartado, sonriente,
remitiéndote pactos inservibles,
alianzas de cera.

Todo estuvo de nuestra parte, pero
cuál era nuestra parte, el punto
de coincidencia, el tacto
que pudo ser llamado sólo nuestro.

Una voz, en la calle, llama y otra
le responde. Dos manos se entrelazan.
Uno en otro, los labios se acomodan;
los cuerpos se acomodan. Abril, clásico,
se abate, emperador de los encuentros.
¿Esto era amor? La soledad no sabe
qué responder: persiste, tiembla, anhela
destruirse. Impaciente
se derrama en las manos ofrecidas.
Una voz en la calle....Cuánto olor,
cuánto escenario para nada. Miro
tus ojos. Yo miro los ojos tuyos;
tú, los míos: ¿esto se llama amor?

Permanecemos. Sí, permanecemos
no indiferentes, pero diferentes. Somos
tú y yo: los dos, desde la orilla
de la corriente, solos, desvalidos,
la piel alzada como un muro, solos
tú y yo, sin fuerza ya, sin esperanza.
Idénticos en todo,
sólo en amor distintos.
La tristeza, sedosa, nos envuelve
como una niebla: ése es el lazo único;
ésa la patria en que nos encontramos.
Por fin te identifico con mis huesos
en el candor de la desesperanza.
Aquí estamos nosotros: desvaídos
los dos, borrados, más difíciles,
a punto de no ser....¿Amor es esto?
¿Acaso amor es esta no existencia
de tanto ser? ¿Es este desvivirse
por vivir? Ya desangrado
de mí, ya inmóvil en ti, ya
alterado, el recuerdo se reanuda.
Se reanuda la inútil existencia....
Y alargaba la mano y te tocaba.

Antonio Gala.