Aquí, en la realidad, su Albanta ya es más bien una esfera con 35 kilos de más. No, en serio, no estoy exagerando. De hecho creo que decir 35 kilos es un eufemismo: Hace unos días platicaba con una amiga que se quejaba por su talla de pantalón, me decía que ojalá pronto pudiera volver a entrar en él. Yo, sincera, repuse con un toque de vergonzosa lealtad que me daría de santos por poder entrar y salir, pero por la puerta. No hay derecho, cuando más deprimida estaba mejor lucía en las fotografías. Ahora que soy feliz parezco M&M.
Así que decidí, desde hace 10 días, iniciar una dieta y comenzar a buscar un poco de autoestima, esa bastarda que se me ha escapado tantas veces y de tan diversas maneras. Primero fue alejarme de todos los carbohidratos, decirles chau y pensar en ellos con la mala leche de un ex novio golpeador. Al cuarto día yo estaba a punto de morder todos los pasteles de Walmart, pero como cuando me propongo algo lo cumplo, aguanté vara y seguí mi camino. A estas alturas del partido francamente ya no sé si estoy adelgazando, pero como me he portado al puritito tiro quiero seguirle hasta que no exista la necesidad de enjabonar mi entrada para poder pasar por ahí...
Entre mis propósitos también apareció el ejercicio. Hace siete años hacía una hora de pilates y 500 abdominales, así que supuse que no sería tan difícil pensar, no sé, en hacer una tercera parte para el primer día. Ilusa. A los diez minutos sentí que me estaban torturando y no es que no consiguiera hacer 100 abdominales... Vamos, no aguanté ni tres. Quince minutos de mi vida después, tenía la angustiosa sensación de que mis tripas se saldrían por la cicatriz de mi cesárea. Como sea, tendré que montarme otra vez a ese condenado toro.
Y como también dejé a un lado mi vicio por los libros quise reencontrarme con ellos. Descubrí que ahí, en la oscuridad de mi librero, todavía había uno que me observaba tímido, cauteloso. Héroes convocados, de Taibo. Tendría unos siete años con él... (¿Siete? No mames, cómo se va el tiempo. Ahora ya no está el dueño de la herida y ya ni herida hay, pero como en toda situación, siempre quedan vestigios). Pues nada, que durante una semana no pasé de la página 10. En serio, no pasé de ahí: Ya escuchaba el gritito agudo de mi bebé -algo así como chillido de french poodle pero mal plan- que reclamaba mi personita, o Seles necesitaba que le diera de cenar, o por una y otra y otra y otra razón no podía seguirle.
Pero después de todo, no me han dado ganas de irme a vivir a China para estar un poco más tranquila. Amo mi vida. Deveritas. Me gusta el barullo de mis hijas, el ladrido ingrato de mi perro en el peor momento. Los pleitos de marido y mujer. Las angustiosas noches en las que por más cuentas que sacamos, siempre hay más números del lado de las deudas. Las madrugadas en las que el silencio se rompe porque quieren ya su leche, porque se le cayó el chupón, porque ya se hizo pipí o porque simplemente se le dio la gana despertarse, tiene ganas de cotorrear y punto, aguántese como las machas y levántese que para eso quería usted hija.
Sip. Esto ha sido mi vida. Muchito o pocote pero en verdad, es una buena vida. Una vida Duvalín, que de momento, no la cambio por nada.
Seguiré informando. Quién quita y la próxima vez que escriba ya pueda entrar en mis pantalones talla ES (Estoy Sabrosa). Mientras tanto, queridos y maravillosos lectores, no me abandonen. Vivan sus vidas, pero por piedad, no me dejen solitita, que aquí hay todavía harto pa' dar.