No tengo tiempo de cambiar mi vida,
la máquina me ha vuelto una sombra borrosa.
Y aunque soy la misma tuerca que han negado tus ojos,
sé que aún tengo tiempo para atracar en un puerto...
Hace 23 años la naturaleza sacudió la selva asfáltica, parafraseando a Rodrigo González. Rockdrigo, quien murió esa mañana sepultado junto a su novia por el edificio donde vivía; muy cerca de la colonia Roma. Perder al poeta del nopal, como todos le llamaban, supuso un golpe encabronado y certero. Había muerto el maestro de la música rupestre. El caso no termina, hubo muertos, muertos, muertos y más muertos. Muertos anónimos, muertos de familia, muertos de amor, muertos de dolor, muertos desesperados, muertos sin casa, muertos sin sueños, muertos cansados.
voy clavado en momentos de semánticas gastadas
y cual si fuera una nube esculpida sobre el cielo
dibujo insatisfecho mis huellas sobre el invierno...
Creo en las enseñanzas de la vida. Creo en que fuimos uno solo y levantamos el ánimo cuando también había que levantar todas las viviendas, escuelas y hospitales que cayeron ese día. Chale, ni siquiera necesitamos que una autoridad nos lo dijera: reaccionamos y punto. ¿No podríamos hacer hoy lo mismo, aún cuando el terremoto al que nos enfrentamos sea el social?
masticando en mi mente las verdades más sabias
como un lobo salvaje que ha perdido su camino
he llenado mis bolsillos con escombros del destino...
Y como cada año te lo digo: ¡Te queremos, Rockdrigo, te queremos!
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