martes, 26 de agosto de 2008

Entre esperas y esperanzas...


"Nunca es triste la verdad: lo que no tiene es remedio". Dice (y dice bien) Joan Manuel Serrat en conocida canción. Y aún cuando no tengo la menor intención de hacer este escrito persiguiendo o cuestionando el tema de la verdad, que cada quien tiene la suya, muy suyita y si ustedes, mis dos lectores consentidos, no se cuestionan la mía, ¿quién me creo yo para cuestionar la del resto de mortales que deambulan entre la fauna sideral?

Mi realidad se compone, de momento, de una silla de ruedas; producto bastante ingrato de un accidente acaecido hace un mes donde me destrocé, una vez más, el pie izquierdo (¿por qué siempre el izquierdo? Debe ser mi tendencia...). Luego una enfermedad (sí, otra) y después ver cómo amanece sin prisas, sin pausas y como más me gusta: con frío y neblina, pero con todas las ganas de que las nubes se hagan de algodón apachurrable y el sol apenas se muestre sin arrogancia, que ya lo sabemos astro rey. Dicho esto, me doy cuenta que las Mañanitas tienen razón: Ya los pajarillos cantan... Aunque la luna, para ser francos, no se ha ido del todo: como que quiere terminar de ver la función.

Ahora pues, disfruto con lo que tengo. Quizá no lo que quiero, pero en definitiva y de rotunda forma, sí lo que necesito, que para ser francos, se parece mucho.

Amo, por ejemplo, el saber que estoy tranquila y que respiro nítida y suavemente porque aquí se han manifestado cada uno de mis amigos. Que me han colmado de buena vibra, de regalos, de palabras y de amor del bueno como siempre, sin hacer falta que yo esté por el momento detenida en cama o bien corriendo por la vida con esa felicidad que me da sentirme maravillada. Y aclaro que no en el doctorado únetealosoptimistas, sino el deseo ferviente de amanecer un poco más plena, de anochecer un poco más completa. Amo las sonrisas inesperadas de Selene, que me consiente y me encamina a ser mejor porque no podría tener una hija más perfecta: inteligente, testaruda, tierna hasta el empalague y sonriente así haya tormenta.

Amo, también por ejemplo, el brillo en mis ojos cada vez que alguien me dice lo bien que me ha caído la vida. Quizá entonces, medito mientras sonrío, cada circunstancia es la oportunidad única e irrepetible de estallar y recomenzar en cualquier segundo que se nos ocurra. Amo la risa que provoco si digo una estupidez, el llanto al ver una película por dura o cursi que sea, la nostalgia de añorar lo que nunca existió, parafraseando a Sabina. Pero es muy probable que ame, por sobre todas las cosas, la buena fe que le tengo al porvenir. Si espero o no, eso es problema mío. Simplemente no espero en una banca, sentada, tejiendo y destejiendo... Espero desde un lugar muy remoto, lleno de luz, de oscuridad, de entendimiento y también de ignorancia, pero sin detenerme más de la cuenta. Los paisajes los llevo en mi maleta y la idea de continuar es quizá, instinto de supervivencia. A mí me gusta pensar que es porque sí, estoy enmedio de la esperanza para que no se me rompa la piel con el granizo malévolo de la desesperación.

No hay comentarios: