lunes, 11 de agosto de 2008

Y sin sabor


Te parecías tanto a él. Quizá no tenías los ojos de miel que herían y congelaban, pero sí la mirada diáfana de quien encuentra el atardecer antes de descubrir cómo amanece. Hablabas así, como si la palabra te hubiera elegido y entonces ya no sabía si eras más un hipnotista o era yo la que decidía perderse entre cada frase que cobijaba, arriesgaba, aliviaba y por último, mutiló.


Y exactamente no alcanzo a comprender lo que pasó. Igual no se trata de comprender ni de arrancarse noche a noche los instantes para que ya las sábanas se queden quietas y el sueño entre a desdibujarte. Es que eras tan probable, eras tangible, eras a colores. Fuiste.


Sola. Sin cuenta atrás, sin objetivo a la vista. Con neblina y desprotegida para que la tormenta inunde, convenga y limpie certeramente el campo. Expulsándote de mi cosecha y sin permiso de vuelta. Que el derecho de admisión queda absolutamente restringido.


¿Cuál dolor, cuál temor, cuál adiós?

3 comentarios:

Mefisto dijo...

La esperanza del regreso hace insoportable la despedida, más aún cuando no se ha ido para siempre, quizás es sólo un impase o quizás es la noche cayendo el los ojos. Hay tantas explicaciones para aquellos que se van y no se despiden que no hay tantas justificacones que alegren el alma, o mejor dicho, que le den paz.
A veces no estar no debe significar que se haya ido, puede ser, también, que sólo esté ausente.
Sea lo que sea, la ausencia no es motivo de pesar, sino de no estar.

MIZPAH dijo...

Fantásticas palabras.
Sigues teniendo más de un lector.
Besos.

Marenfilo dijo...

Mi preciosa azul.... qué banquete vuelves a preparar..... me quedo a tu lado silenciocita....
Vas para la mar en calma....

un beso