sábado, 22 de noviembre de 2008

Despedida...


Hace más de cinco años mi casa estaba asolada, desolada y con un aire de abandono que no podría llamarse del todo hogar. Igual que mi corazón. O hipotálamo, según se vea. El papá de Selene se había marchado llevándose con él, además de los años juntos, los sueños inconclusos e incluso, un poquito de la vejez planeada. Tiré la sala. En donde debía haber un lugar cómodo, sólo existía un vacío de muebles y de alma. Entonces Luis Antonio, un gran amigo que me salvó de muchos domingos incómodos, me regaló una sala. Debo decir, mis dos apreciables lectores, que quizá sea este el motivo por el que tanto amo mi casa: porque cada lugar está lleno de regalos de la gente que me quiere. Un escritorio regalo de mis padres cuando cumplí 18 años, un pequeñísimo librero que me donó mi prima, el comedor regalo de un buen amigo, hasta la pared, que ayudó a vestirla de madera mi hermanito Cassandra.
Yo no sé cuánta historia traía ya El Sillón. Aquí lo recibí como si fuera nuevo y lo cuidé con todas las ganas de estar siempre a su lado. Fue en MI Sillón donde aprendí a quererme con el libro que me regaló Jugo de Melocotón, donde descubrí que una mano tenía el poder de quemar la mía y unos labios nuevos me hicieron sentir por vez primera y muy probablemente única, cuánto y hasta dónde era capaz de jugarme la vida con tal de amar y amar y amar. De seguir amando, a pesar de que él se fuera y El Sillón continuara junto a mí. Entonces, El Sillón me acompañó en las noches en que el llanto no era más agua salada, sino arena estéril que me laceraba sin un momento de piedad. Después El Sillón se convirtió en mi cómplice: sólo él y nadie más que él sabe cuántos secretos escondimos, cuántas reuniones gozamos, cuántas noches pasamos juntos... solos y acompañados.
Voy a cumplir treinta y un años el próximo jueves. Esta semana me avisaron que me regalaban una sala nueva. Una sala que no tiene pre-historia. Que no ha sido aprovechada, como la mía, antes y después de saberla aquí, en la que ya es su casa. Selene, Viridiana y yo nos sentimos un poco como tímidas: nos apena sentarnos en algo que no es, todavía, parte de la familia. Por eso lo recibimos arregladas, con la casa limpia y sin polvo, para que esta sala se sintiera a gusto en su lugar recién descubierto. ¿La sala pasada? Bueno, pues tuve que sacarla y esperar que se la lleven... Y que donde vaya, se lleve una historia para contarle a otros muebles: la de una familia extraña, compuesta por una mujer, una niña y una gata, que algunas veces se sienten desprotegidas y se acurrucan entre ellas para que no se cuele por ninguna parte de su alma el frío otoñal.
Sé que tenemos que dejar ir para que otras cosas vengan, nuevas o renovadas. Sé también, que este es un comienzo y que será genial recibir el próximo año nuevo, mi próximo año nuevo, vendrá lo que por derecho -y por izquierdo, me corresponden.
Feliz viaje, señor Sillón.

3 comentarios:

jm dijo...

Wow, que manera de despedir a un sillón.

Me encantó!

-jm

las incisiones del ave muestran: dijo...

Te leo, gracias por leerme en voz alta.
Besos

MIZPAH dijo...

Adiós, sillón, y también a un pedacito de tus recuerdos ¿verdad?