martes, 23 de junio de 2009

Cómo amamos a quien amamos


Hay momentos en los que es en verdad duro despedirse de un buen amigo. Dejarlo ir, porque debe descansar, porque está agotado y ya nos amó durante toda su vida, nos demostró golpe a golpe y verso a verso lo que alguien puede sentir por nosotros y con cuánto gusto pueden darnos la bienvenida después de regresar de la universidad, de una marcha, de un día con lluvia en la calle o en el corazón.


Entonces él llegaba y se instalaba en la cama. Disponía de su cuerpo y entregaba toda su alma para que yo abriera la mía y con caricias, con besos o con abrazos el bálsamo de su cariño curara las heridas que la vida me hiciera para después poder decir con poco orgullo y mucha esperanza que las cicatrices nunca han conseguido deformar la sintonía que aún tiene mi corazón: un tango arrabalero y chaquetero, pero que ama y bien cada bocanada de aire fresco que me dispone el destino (...Caminante no hay camino, sino estelas en la mar...).


Su nombre era, quiero decir, sigue siendo, Archivaldo Cochipuerco Pineda Luna. Hijo natural de esta Albanta que le vio desde hace dieciséis años en una veterinaria. Igual que ella, lucía perdido entre tanto cócker spaniel bonito: él, en cambio, tenía la dentadura fatal, una hernia y su madre (la que lo trajo al mundo) le había mordido el párpado dejándole inservible el ojo izquierdo para lo que le quedara de vida. Así que inmediatamente me decidí por ese, ese, ese... En cuanto lo presenté a la familia, mi hermano alzó la voz y dijo "lo peor del caso es que si así escoge la mascota, cómo elegirá al novio...". Anyway.


El domingo pasado Archie se fue. Ya estaba muy cansado y en realidad, llevaba más de dos años padeciendo un cáncer que soportó con estoicismo y por el puro cariño que le tenía a la familia. Los últimos días no quiso comer y se le reventó un tumor interno, así que mi padre (que muy probablemente sea de los pocos humanos que le conceden la importancia que tienen a los seres vivos en general) comprendió que ya había llegado la hora. No me dijeron nada: todos saben perfectamente que mi complejo de Magdalena no sabe de fortalezas.


Así que no, en realidad no lo he tomado con filosofía. En realidad me duele un chingo su partida y en realidad sé que lo voy a extrañar mucho, pero también sé que lo amé infinitamente como sólo se puede amar a alguien que tenía el corazón tan grande que no le cabía en el cuerpo. Hasta que le estalló de amor el domingo. Que buenos cielos te cobijen, Archie de sololoy.

5 comentarios:

Cossio dijo...

Uy q juerte! XD pero ni hablar… c'est la vie Pineda!!

Bienaventurados son los que van al cielo de los perros!!

FerGil dijo...

Aush!! Que para tí fue Archibaldo, para mí fue Canito... y sí, todavía lo extraño y se siente ese mugroso hueco que te dice... pues no, no sé qué te dice, pero se siente gasho...

El R. dijo...

Lo lamento. En mi familia tenemos una mascota que queremos un buen. Ya me imagino el dolor.

Pero hay que sobreponerse.

Un abrazo.

Cossio dijo...

PINEDA! YA ACTUALIZA ESTE BLOG QUE CHALES ME ABURRO DE LEER LO MISMO JEJEJE XD.. besos y saludines

jm dijo...

Wow, Este es uno de los relatos más conmovedores que he leido. Gracias mil por compartirlo!!
-jm