lunes, 29 de septiembre de 2008

De lo perdido, lo que aparezca...


Hoy es lunes de luna. Desde ayer urgíame con prosaica necesidad venir y expresarle a mis dos lectores queridos, hermosos, preciosos y de vez en cuando sentenciosos, por el puro gusto de chisme, lo que me pasó la semana pasada. ¿Han visto El perro andaluz, la película de Buñuel y Dalí? Bueno, una cosa así pero a lo pendejo...


Nada, que la semana anterior fue de tropiezos y descalabros, encuentros y desencuentros. Incluso reencuentros. Pérdidas emocionales:


No sé si mi computadora, la mano amiga de un virus y mi pendejismo hicieron posible que se borrara de manera permanente de mi disco duro más o menos 500 archivos que durante los últimos tres años tuve a bien guardar, y tuve a mal no respaldar. Además de escritos y cartas, que son las que cuentan, también perdí como 200 archivos de mis imágenes, música... Qué le vamos a hacer, ¿verdad?


No, si neta que me sentí mal como una noche entera. Tan mal que entre mi mejor amiga y yo nos acabamos una botella de tequila y nos esnifamos la música que duele. Ouch. La cruda no es buena, lectores. Créanmelo. Yo todavía sigo teniendo frío, temblores, dolor de cabeza, sed, siento que mi gastritis está a punto de reventar y tengo cierto temor cuando paso por la tienda y veo refrescos de toronja...


Pero como la vida no puede ser tan ojete, porque oh vida no lo eres... Que me escribe uno de mis escritores favoritos: Gustavo Sainz (favor de buscar quién es Gustavo Sainz para que se sorprendan el por qué demonios todavía no leen su obra). Pues sí, que me escribe y que le respondo. El sábado como judía lo dediqué a la meditación y al descanso (en realidad no tenía ánimo ni de levantarme ni de meditar, así que nos la pasamos la mayor parte del día intentando dormir a pesar de que el mundo seguía dando vueltas).


¿Quieren saber qué aprendí? Bueno, si no quieren me vale: les voy a decir, así que pa' los que no, pues tápense los ojos... Creo que sí fue un sentimiento tremendamente demoledor el saber que las palabras y las fotos ya no estaban ahí. Que se había ido gran parte de mi vida, que no tenía entonces algo tangible, aún cuando fuera en la computadora, de lo que había sido durante tres años. Y créanme, fui muchas cosas. Pero después recordé un precepto: Tenemos que escombrar. Tirar todo lo que ya no nos sirve, como en un armario, dejar espacio para que llegue lo bueno. Así que decidí amortiguar mi sensación de zozobra con la idea de que estaba claro: muchas cosas buenas estaban por llegar.


El domingo quise escribir. Pero chingao, nadie se puede mover los domingos. Ya conocen mi exagerada postura antidominguera. Y sin embargo, me moví. Bueno, con decirles que hasta me bañé: Fui a reiki, lo que me dejó con la sensación de que la vida a pesar de sus mentadas no es tan mala como la sabemos. Igual la vida también sea bipolar, tetrapolar, pentapolar... Cuántas opciones para no desperdiciarlas sufriendo por algo que ya no tiene vuelta de hoja, ¿no les parece? Después comida con Sandría en algún lugar sabrosón del centro histérico. Regreso a casa, una siesta, una película... Y el encuentro lejano pero no distante que busqué nocturnamente con una de las razones por las que mi vida, señoras y señores, se ha convertido en un tenampa kafkiano.


Después de todo, en pie de letras. Con la vista al frente, los pies en la tierra y el alma en el cielo.

Aplausos.

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